Peluquería Vallejo

Saludos gatunos amigos. En mi caminar habitual por las calles de Madrid, quiero “descubriros” un lugar con mucha historia en la Capital, que guarda ese sabor a antiguo, pero a la vez, renovado por las manos que en la actualidad lo regentan. Se trata de la Peluquería Vallejo, en la calle de Santa Isabel número 22, que fue fundada en el año 1908, por Basilio Vallejo Abad, siendo una de las más antiguas de Madrid. He de decir que, si habéis seguido mis post anteriores, se encuentra enfrente de otro establecimiento centenario que ya os he “descubierto”, la Farmacia del Dr. Juan de la Serna (antigua farmacia del Dr. Gómez Pamo), y por lo tanto, dentro de la ruta del Barrio de las Letras. Baste decir que las fotos de la fachada de la farmacia las hice desde la puerta de la pelu, y que las de la fachada de esta, las he hecho desde la puerta de la “botica”.


Le costó en aquellos tiempos al bueno de D. Basilio, la friolera de mil pesetas de traspaso, y en pocos años su calidad y su fama fueron aumentando, de manera que hasta treinta empleados, herramientas en mano (tijeras y cuchillas) atendían en el local, en un salón atiborrado de clientes; no en vano, era el primer lugar donde recalaban los provincianos a su llegada a Madrid, pues su cercanía con la Estación de Atocha, les hacía inevitable una visita para adquirir buena presencia con el fin de enfrentarse a la refinada y moderna ciudad que los acogía.

Basilio Vallejo se jubiló hacia 1.960, y dejó su puesto al frente del negocio a su hijo, Pedro Vallejo, que ya llevaba desde los 13 años junto a su padre aprendiendo el oficio, hasta que falleció en 2.008, pasando la peluquería a sus vástagos, Elena y Carlos, que han permanecido fieles a la tradición familiar y continúan, tijera en mano, desarrollando esa labor necesaria para la belleza masculina de los madrileños. Aunque he de decir que en los años 40, los dueños actuales no saben con certeza, hubo un intento de diversificar el negocio, ampliando sus servicios al público femenino, pero se desechó la idea finalmente.

En cuanto al local en sí, hay que destacar su magnífica fachada de azulejos de cerámica originales de 1.914, pintados a mano por artesanos de Talavera, y que fue declarada de “interés histórico-artístico”. De hecho, la peluquería ha sido reconocida por el Ayuntamiento como “Establecimiento Tradicional Madrileño”, y también ha sido galardonada, gracias a sus 107 años de historia, como “Establecimiento Centenario”, como indica una placa, dibujada por Mingote, colocada en la acera, delante de la puerta de entrada, que por cierto, contiene un error, pues pone que la peluquería fue fundada en 1.916, cuando en realidad lo fue en 1.908. Esto es debido a que en aquellos tiempos, los registros eran manuales, lógicamente, y además, no se extremaba el cuidado como el que se realizan actualmente, con lo que se extraviaban numerosos expedientes lo que llevaba consigo la aparición de innumerables errores como este, que el Ayuntamiento de Madrid, se ha negado a subsanar.

Entre sus clientes más afamados, y gracias a estar situada muy cerca del Colegio Oficial de Médicos, se encuentran figuras como Don Santiago Ramón y Cajal y Don Gregorio Marañón, y en otro ámbito, el Premio Nobel Don Jacinto Benavente, y luego también algunas figuras de la escena madrileña, como el actor José Luis López Vázquez. Me honra decir que, entre esos nombres tan importantes, se encuentra el de Pablo Sanahuja Mejía, el abuelo de mi “negro” Manolo, que fue cliente asiduo de tan insigne peluquería. Es de destacar, que antiguamente, y en el momento cumbre del establecimiento, era tal el prestigio y la notoriedad que gozaban, que invitaban a los clientes, mientras esperaban su turno, a una copa de anís Chinchón y un cigarro puro.

En la actualidad, junto con los propietarios, Elena y Carlos, trabaja otro peluquero más, Francisco, que después de diez años al servicio, estuvo algún tiempo alejado, pero hace dos, ha regresado, con más ímpetu si cabe, y entre los tres, llevan adelante la pesada carga de continuar dando al negocio su esplendor de antaño.

Estoy hablando de una peluquería, sí, pero además, tengo que mencionar que estamos ante un verdadero Museo de este arte, pues con tanta historia, nadie en su sano juicio, podría dejar escapar la tentación de conservar muchas reliquias que han desarrollado su labor a lo largo de los muchos años del negocio. Así, podemos observar que continúan los mismos sillones de antaño, con sus asientos de madera y sus reposapiés de metal; o unas simpáticas sillas-taburete blancas, más altas, para poder rapar a los pequeños… Luego en diversas vitrinas podemos ver instrumentos de corte, como tijeras, navajas, maquinillas para el pelo, así como innumerables frascos de lociones y perfumes para después del afeitado.

Hay también una colección magnífica de peines, de brochas para enjabonar las barbas, recipientes varios para agua, e incluso alguna vacía; sí, esa especie de bandeja que ponían sobre el pecho de los clientes para no mojar sus ropas cuando eran afeitados, y que Don Quijote de la Mancha, utilizó como sombrero de caballero en su “lucha” contra los males que acechaban al mundo.

Es de destacar un gran recipiente, auténtica pieza de exposición, que no es otra cosa que un precioso calentador de agua, metálico, y con relieves repujados, que hace soñar con un pasado, complicado en sus formas, pero a la vez más encantador y más atrayente. Era utilizado para calentar el agua, tanto para humedecer las barbas y cabellos para prepararlos para el corte, como para esterilizar las herramientas, una vez utilizadas. Asimismo se conserva, además en pleno uso, la máquina registradora original, que ya, sí nos lleva a tiempos más remotos, pero entrañables. Y por supuesto, la enorme colección de fotografías, súper interesantes, que adornan todas las paredes de este querido establecimiento.

Y con esto os he “descubierto” un rinconcito más de nuestro Madrid. Un lugar con mucho encanto y que rezuma, junto con su actual aspecto renovado, ese olor a antiguo, a historia, a una parte de nuestra ciudad que difícilmente podemos olvidar. Quiero dar las gracias a Elena y Carlos, sus propietarios, por toda la ayuda, información y facilidades prestadas para hacer este artículo.

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